Para Juan Manuel Bonet es la de Galano “una pintura septentrional, en grises y blancos, que habla del mundo en torno, y que profundiza en su esencia; una pintura intemporal, contemplativa, emocionante y verdadera como pocas.
En la gran tradición melancólica del Norte, tan bien estudiada por Robert Rosenblum en un libro que es un clásico, Miguel Galano representa hoy, dentro de nuestra escena, una sensibilidad muy especial para el paisaje, para la “veduta” urbana, para el bodegón.
¿Aquello que le importa? Cosas pequeñas: la prosa de la vida cotidiana en la provincia, unos prados y unas colinas siempre con algo de “finis terrae”, el perfil de unos árboles contra un cielo muy blanco, el propio rostro interrogado una y otra vez, en el alba una fortaleza fabril y sombría en el Oeste asturiano, un libro abierto sobre una mesa, una rosa solitaria, un tulipán, la lluvia, la nieve, una casona allá lejos y hace tiempo en el campo lucense, una carretera secundaria de la misma provincia, un parque de Zürich y otro en la Lisboa alta, el Rin tan ancho en Basilea, un espigón cantábrico entre la niebla…”